Una conocida realidad en los procesos
sociopolíticos de todos los tiempos, informa que el ser humano siempre ha
preferido la igualdad por encima de cualquier otro valor social, incluyendo la
democracia y la libertad. Concientes de esa realidad, las revoluciones
históricas han insistido en preservarla llegando en muchos casos a sacrificar
el conjunto de los demás valores a cuya vigencia los analistas determinan lo
que se denomina buen gobierno. Si tomamos por caso la más famosa de las
revoluciones, la francesa que se inició en 1789, identificó el valor igualdad
no con el aspecto económico que requería la supresión de la desigualdad en las
fortunas, hecho que más bien legitimó, sino a la supresión de los privilegios,
de la desigualdad en los derechos y en las oportunidades que se fundamentaba en
la cuna o la herencia. La parte sensata de esa revolución no se preocupó de
hacer más pobres a los ricos y a los de mediana fortuna sino de abrir cauces
constitucionales para que los pobres fueran más ricos de lo que eran
teniendo acceso al desarrollo libre de sus aptitudes y capacidades contando,
incluso, con el auxilio del Estado para superar sus rezagos históricos. Esa
revolución, pues, trató de nivelar o de igualar hacia arriba y por eso sus
conquistas se transmitieron y multiplicaron en la posteridad. Si hubiese
tratado de igualar hacia abajo seguramente habría fracasado.
Otra famosa revolución, la rusa de 1917, convertida
en soviética y comunista hasta su desplome definitivo en 1998, obró en sentido
contrario: igualó a todos al mismo nivel, ciertamente, pero hacia abajo,
empobreció a los ricos sin enriquecer a los pobres, estableció un bajísimo
techo igualitario impeditivo de que alguien pudiera desarrollar libremente sus
aptitudes y capacidades porque eso podría producir nuevas desigualdades, pero
al mismo tiempo generó una nueva oligarquía con privilegios basados no en la
cuna ni la herencia sino en la militancia política, y por ahí consagró la más
brutal y odiosa de las desigualdades. Fracasó porque trató de igualar hacia
abajo excepto a los propios.
No hace falta comentar lo que ha hecho la
revolución chavista en quince años de gobierno: ha tenido éxito pleno en
arruinar todo un país, en nivelar a todos hacia la miseria, excepto a los
privilegiados de la claque oficialista. Afanados en convencer con hechos y
dichos que el valor Patria es el más importante de todos e incluso
incompatible con los productos básicos de alimentación e higiene que ha sido
incapaz de garantizar y producir, trata de meter por ahí un falso dilema que la
gente no acepta, porque por experiencia propia sabe que comer, bañarse,
cepillarse los dientes, usar desodorante, tener medicinas, electricidad, agua y
un mínimo de seguridad personal no es ni puede ser incompatible con patria
alguna ni con la democracia ni con la libertad, y que todos estos valores le
dicen poco o nada a un pueblo hambriento que natural e instintivamente se
preocupa primero por sobrevivir y después de todo lo demás. Que el gobierno no
tenga riñones de preguntarle a la gente si prefiere este remedo de patria
antes que lo que necesita para sobrevivir a duras penas, porque se llevaría la
sorpresa de su vida.
Una
conocida realidad en los procesos sociopolíticos de todos los tiempos,
informa que el ser humano siempre ha preferido la igualdad por encima de
cualquier otro valor social, incluyendo la democracia y la libertad.
Concientes de esa realidad, las revoluciones históricas han insistido en
preservarla llegando en muchos casos a sacrificar el conjunto de los
demás valores a cuya vigencia los analistas determinan lo que se
denomina buen gobierno. Si tomamos por caso la más famosa de las
revoluciones, la francesa que se inició en 1789, identificó el valor
igualdad no con el aspecto económico que requería la supresión de la
desigualdad en las fortunas, hecho que más bien legitimó, sino a la
supresión de los privilegios, de la desigualdad en los derechos y en las
oportunidades que se fundamentaba en la cuna o la herencia. La parte
sensata de esa revolución no se preocupó de hacer más pobres a los ricos
y a los de mediana fortuna sino de abrir cauces constitucionales para
que los pobres fueran más ricos de lo que eran teniendo acceso al
desarrollo libre de sus aptitudes y capacidades contando, incluso, con
el auxilio del Estado para superar sus rezagos históricos. Esa
revolución, pues, trató de nivelar o de igualar hacia arriba y por eso
sus conquistas se transmitieron y multiplicaron en la posteridad. Si
hubiese tratado de igualar hacia abajo seguramente habría fracasado.
Otra famosa revolución, la rusa de
1917, convertida en soviética y comunista hasta su desplome definitivo
en 1998, obró en sentido contrario: igualó a todos al mismo nivel,
ciertamente, pero hacia abajo, empobreció a los ricos sin enriquecer a
los pobres, estableció un bajísimo techo igualitario impeditivo de que
alguien pudiera desarrollar libremente sus aptitudes y capacidades
porque eso podría producir nuevas desigualdades, pero al mismo tiempo
generó una nueva oligarquía con privilegios basados no en la cuna ni la
herencia sino en la militancia política, y por ahí consagró la más
brutal y odiosa de las desigualdades. Fracasó porque trató de igualar
hacia abajo excepto a los propios.
No hace falta comentar lo que ha
hecho la revolución chavista en quince años de gobierno: ha tenido éxito
pleno en arruinar todo un país, en nivelar a todos hacia la miseria,
excepto a los privilegiados de la claque oficialista. Afanados en
convencer con hechos y dichos que el valor Patria es el más importante
de todos e incluso incompatible con los productos básicos de
alimentación e higiene que ha sido incapaz de garantizar y producir,
trata de meter por ahí un falso dilema que la gente no acepta, porque
por experiencia propia sabe que comer, bañarse, cepillarse los dientes,
usar desodorante, tener medicinas, electricidad, agua y un mínimo de
seguridad personal no es ni puede ser incompatible con patria alguna ni
con la democracia ni con la libertad, y que todos estos valores le
dicen poco o nada a un pueblo hambriento que natural e instintivamente
se preocupa primero por sobrevivir y después de todo lo demás. Que el
gobierno no tenga riñones de preguntarle a la gente si prefiere este
remedo de patria antes que lo que necesita para sobrevivir a duras
penas, porque se llevaría la sorpresa de su vida.
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Una
conocida realidad en los procesos sociopolíticos de todos los tiempos,
informa que el ser humano siempre ha preferido la igualdad por encima de
cualquier otro valor social, incluyendo la democracia y la libertad.
Concientes de esa realidad, las revoluciones históricas han insistido en
preservarla llegando en muchos casos a sacrificar el conjunto de los
demás valores a cuya vigencia los analistas determinan lo que se
denomina buen gobierno. Si tomamos por caso la más famosa de las
revoluciones, la francesa que se inició en 1789, identificó el valor
igualdad no con el aspecto económico que requería la supresión de la
desigualdad en las fortunas, hecho que más bien legitimó, sino a la
supresión de los privilegios, de la desigualdad en los derechos y en las
oportunidades que se fundamentaba en la cuna o la herencia. La parte
sensata de esa revolución no se preocupó de hacer más pobres a los ricos
y a los de mediana fortuna sino de abrir cauces constitucionales para
que los pobres fueran más ricos de lo que eran teniendo acceso al
desarrollo libre de sus aptitudes y capacidades contando, incluso, con
el auxilio del Estado para superar sus rezagos históricos. Esa
revolución, pues, trató de nivelar o de igualar hacia arriba y por eso
sus conquistas se transmitieron y multiplicaron en la posteridad. Si
hubiese tratado de igualar hacia abajo seguramente habría fracasado.
Otra famosa revolución, la rusa de
1917, convertida en soviética y comunista hasta su desplome definitivo
en 1998, obró en sentido contrario: igualó a todos al mismo nivel,
ciertamente, pero hacia abajo, empobreció a los ricos sin enriquecer a
los pobres, estableció un bajísimo techo igualitario impeditivo de que
alguien pudiera desarrollar libremente sus aptitudes y capacidades
porque eso podría producir nuevas desigualdades, pero al mismo tiempo
generó una nueva oligarquía con privilegios basados no en la cuna ni la
herencia sino en la militancia política, y por ahí consagró la más
brutal y odiosa de las desigualdades. Fracasó porque trató de igualar
hacia abajo excepto a los propios.
No hace falta comentar lo que ha
hecho la revolución chavista en quince años de gobierno: ha tenido éxito
pleno en arruinar todo un país, en nivelar a todos hacia la miseria,
excepto a los privilegiados de la claque oficialista. Afanados en
convencer con hechos y dichos que el valor Patria es el más importante
de todos e incluso incompatible con los productos básicos de
alimentación e higiene que ha sido incapaz de garantizar y producir,
trata de meter por ahí un falso dilema que la gente no acepta, porque
por experiencia propia sabe que comer, bañarse, cepillarse los dientes,
usar desodorante, tener medicinas, electricidad, agua y un mínimo de
seguridad personal no es ni puede ser incompatible con patria alguna ni
con la democracia ni con la libertad, y que todos estos valores le
dicen poco o nada a un pueblo hambriento que natural e instintivamente
se preocupa primero por sobrevivir y después de todo lo demás. Que el
gobierno no tenga riñones de preguntarle a la gente si prefiere este
remedo de patria antes que lo que necesita para sobrevivir a duras
penas, porque se llevaría la sorpresa de su vida.
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