Un opositor tiene que ser bien ingenuo para alabar
la conducta de Giordani por el envío tardío de la famosa carta denunciando las
fallas y corruptelas del gobierno de Maduro, que son las mismas del gobierno de
Chávez. La carta, que no puede interpretarse sino como una autoacusación por la
plena responsabilidad de Giordani en lo mismo que denuncia, se produce sólo y
exactamente porque fue despedido del ministerio. El ex superministro repite la
misma conducta infame de los militantes que se vuelven escandalosamente contra
sus organizaciones si son removidos del puesto en el partido o no resultan
postulados para un cargo de elección.
Giordani no ha hecho más que expresar lo que la
oposición viene denunciando desde hace 15 años y la cotidianidad
comprueba diariamente en el bolsillo y el estómago de los venezolanos: que un
régimen como el que trató de implantar el obsesivo Chávez es inviable y
constituye un fracaso social, político y económico. Maduro, infortunado
heredero cargado de deudas y frustraciones pero esclavo de una insostenible
dependencia de ultratumba y del fetiche que lo designó, también
admite el fracaso y por eso trata de implementar algunas medidas correctivas,
lo que pasa por remociones y nombramientos en cargos clave, hechos ambos que
aprovechan los disidentes internos para chantajearlo acusándolo de traicionar
la memoria del comandante eterno y el proyecto original.
Ese fracaso y la necesidad de rectificaciones,
fueron aludidos en el discurso del comandante del ejército Alexis López Ramírez
el pasado 24 de junio, cuando expresó el aval militar a las medidas de Maduro:
«Tengamos como Bolívar la capacidad de dar giros estratégicos cuando
algo no funcione. Seamos como Chávez, no tengamos miedo a nada, no tengamos
complejo de inferioridad.» Es que los militares se saben coautores, es
decir corresponsables, del desastre gubernamental del régimen chavista y están
por razones obvias empeñados en salir del atolladero. Fueron ellos quienes,
ante nuestras denuncias del 10 de Abril en el diálogo en Miraflores cuando los
acusamos de estar violando sistemáticamente los artículos 328 y 330 de la
constitución, exigieron que el TSJ avalara su intrusión en la política
partidista y los “limpiara” de violaciones, lo cual consumó la Sala
Constitucional mediante sentencia del pasado 11 de junio cuando resolvió
que: «la participación de los integrantes de la Fuerza Armada Nacional
Bolivariana en actos con fines políticos no constituye un menoscabo a su
profesionalidad, sino un baluarte de participación democrática y protagónica
que, para los efectos de la República Bolivariana de Venezuela, sin
discriminación alguna, representa el derecho que tiene todo ciudadano, en el
cual un miembro militar en situación de actividad no está excluido de ello por
concentrar su ciudadanía, de participar libremente en los asuntos políticos y
en la formación, ejecución y control de la gestión pública [...] así como
también, el ejercicio de este derecho se erige como un acto progresivo de
consolidación de la unión cívico-militar, máxime cuando su participación se
encuentra debidamente autorizada por la superioridad orgánica de la institución
que de ellos se apresta.»
Un contingente de “ex” se ha sumado al efecto
Giordani para reiterar el mal intestinal que destripa paulatinamente al
chavismo. Que ningún opositor se entrometa a hacer el imposible papel de
terapeuta.
- See
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http://acciondemocratica.org.ve/adport/henry-ramos-allup-en-los-estertores/#sthash.0kYXV7Rz.dpuf
Un
opositor tiene que ser bien ingenuo para alabar la conducta de Giordani
por el envío tardío de la famosa carta denunciando las fallas y
corruptelas del gobierno de Maduro, que son las mismas del gobierno de
Chávez. La carta, que no puede interpretarse sino como una autoacusación
por la plena responsabilidad de Giordani en lo mismo que denuncia, se
produce sólo y exactamente porque fue despedido del ministerio. El ex
superministro repite la misma conducta infame de los militantes que se
vuelven escandalosamente contra sus organizaciones si son removidos del
puesto en el partido o no resultan postulados para un cargo de elección.
Giordani no ha hecho más que expresar lo
que la oposición viene denunciando desde hace 15 años y la
cotidianidad comprueba diariamente en el bolsillo y el estómago de los
venezolanos: que un régimen como el que trató de implantar el obsesivo
Chávez es inviable y constituye un fracaso social, político y económico.
Maduro, infortunado heredero cargado de deudas y frustraciones pero
esclavo de una insostenible dependencia de ultratumba y del fetiche que
lo designó, también admite el fracaso y por eso trata de implementar
algunas medidas correctivas, lo que pasa por remociones y nombramientos
en cargos clave, hechos ambos que aprovechan los disidentes internos
para chantajearlo acusándolo de traicionar la memoria del comandante
eterno y el proyecto original.
Ese fracaso y la necesidad de
rectificaciones, fueron aludidos en el discurso del comandante del
ejército Alexis López Ramírez el pasado 24 de junio, cuando expresó el
aval militar a las medidas de Maduro: «Tengamos como Bolívar la
capacidad de dar giros estratégicos cuando algo no funcione. Seamos como
Chávez, no tengamos miedo a nada, no tengamos complejo de
inferioridad.» Es que los militares se saben coautores, es decir
corresponsables, del desastre gubernamental del régimen chavista y están
por razones obvias empeñados en salir del atolladero. Fueron ellos
quienes, ante nuestras denuncias del 10 de Abril en el diálogo en
Miraflores cuando los acusamos de estar violando sistemáticamente los
artículos 328 y 330 de la constitución, exigieron que el TSJ avalara su
intrusión en la política partidista y los “limpiara” de violaciones, lo
cual consumó la Sala Constitucional mediante sentencia del pasado 11 de
junio cuando resolvió que: «la participación de los
integrantes de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana en actos con fines
políticos no constituye un menoscabo a su profesionalidad, sino un
baluarte de participación democrática y protagónica que, para los
efectos de la República Bolivariana de Venezuela, sin discriminación
alguna, representa el derecho que tiene todo ciudadano, en el cual un
miembro militar en situación de actividad no está excluido de ello por
concentrar su ciudadanía, de participar libremente en los asuntos
políticos y en la formación, ejecución y control de la gestión pública
[...] así como también, el ejercicio de este derecho se erige como un
acto progresivo de consolidación de la unión cívico-militar, máxime
cuando su participación se encuentra debidamente autorizada por la
superioridad orgánica de la institución que de ellos se apresta.»
Un contingente de “ex” se ha sumado al
efecto Giordani para reiterar el mal intestinal que destripa
paulatinamente al chavismo. Que ningún opositor se entrometa a hacer el
imposible papel de terapeuta.
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Un
opositor tiene que ser bien ingenuo para alabar la conducta de Giordani
por el envío tardío de la famosa carta denunciando las fallas y
corruptelas del gobierno de Maduro, que son las mismas del gobierno de
Chávez. La carta, que no puede interpretarse sino como una autoacusación
por la plena responsabilidad de Giordani en lo mismo que denuncia, se
produce sólo y exactamente porque fue despedido del ministerio. El ex
superministro repite la misma conducta infame de los militantes que se
vuelven escandalosamente contra sus organizaciones si son removidos del
puesto en el partido o no resultan postulados para un cargo de elección.
Giordani no ha hecho más que expresar lo
que la oposición viene denunciando desde hace 15 años y la
cotidianidad comprueba diariamente en el bolsillo y el estómago de los
venezolanos: que un régimen como el que trató de implantar el obsesivo
Chávez es inviable y constituye un fracaso social, político y económico.
Maduro, infortunado heredero cargado de deudas y frustraciones pero
esclavo de una insostenible dependencia de ultratumba y del fetiche que
lo designó, también admite el fracaso y por eso trata de implementar
algunas medidas correctivas, lo que pasa por remociones y nombramientos
en cargos clave, hechos ambos que aprovechan los disidentes internos
para chantajearlo acusándolo de traicionar la memoria del comandante
eterno y el proyecto original.
Ese fracaso y la necesidad de
rectificaciones, fueron aludidos en el discurso del comandante del
ejército Alexis López Ramírez el pasado 24 de junio, cuando expresó el
aval militar a las medidas de Maduro: «Tengamos como Bolívar la
capacidad de dar giros estratégicos cuando algo no funcione. Seamos como
Chávez, no tengamos miedo a nada, no tengamos complejo de
inferioridad.» Es que los militares se saben coautores, es decir
corresponsables, del desastre gubernamental del régimen chavista y están
por razones obvias empeñados en salir del atolladero. Fueron ellos
quienes, ante nuestras denuncias del 10 de Abril en el diálogo en
Miraflores cuando los acusamos de estar violando sistemáticamente los
artículos 328 y 330 de la constitución, exigieron que el TSJ avalara su
intrusión en la política partidista y los “limpiara” de violaciones, lo
cual consumó la Sala Constitucional mediante sentencia del pasado 11 de
junio cuando resolvió que: «la participación de los
integrantes de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana en actos con fines
políticos no constituye un menoscabo a su profesionalidad, sino un
baluarte de participación democrática y protagónica que, para los
efectos de la República Bolivariana de Venezuela, sin discriminación
alguna, representa el derecho que tiene todo ciudadano, en el cual un
miembro militar en situación de actividad no está excluido de ello por
concentrar su ciudadanía, de participar libremente en los asuntos
políticos y en la formación, ejecución y control de la gestión pública
[...] así como también, el ejercicio de este derecho se erige como un
acto progresivo de consolidación de la unión cívico-militar, máxime
cuando su participación se encuentra debidamente autorizada por la
superioridad orgánica de la institución que de ellos se apresta.»
Un contingente de “ex” se ha sumado al
efecto Giordani para reiterar el mal intestinal que destripa
paulatinamente al chavismo. Que ningún opositor se entrometa a hacer el
imposible papel de terapeuta.
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