domingo, 9 de septiembre de 2018

*EL DIABLO EXISTE*



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       @claudionazoa
          El ecléctico Papa Francisco dijo que el infierno no existe. Muchos se molestaron y afirmaron que si eso es cierto, tampoco deben existir el cielo ni el aburridísimo limbo que debe ser como pasar una Semana Santa en Antímano.
       Días después, el canciller de Dios en la tierra se retractó y reconoció que el infierno sí existe.
     Ante tan desconcertante contradicción, mi beato, ecuménico y sapiente amigo José Gregorio Díaz, me dio luz. Con botella de whisky de por medio, intentó explicarme tan peludo tema. Al final (de la botella) concluimos que quien lleve una vida bondadosa tendrá un premio que cobrará el día que muera. Luego, ordenamos otra botella para continuar discutiendo tan bíblico paradigma.
       Hace veinte años, Venezuela no sabía que el diablo existía. Vivíamos en una burbuja que daba cariño y refugio a los más sufridos del mundo. Terminada la Segunda Guerra Mundial, a Venezuela llegaron, afortunadamente, italianos, portugueses y españoles quienes impulsaron el desarrollo del país. Fue bienaventurada esa migración porque nos enriqueció en cultura y genes. A todos, los amparamos y con ellos nos ligamos. De esa mezcla emergió la exótica belleza de la mujer venezolana.
       En los años 70 llegaron argentinos, brasileños, bolivianos, peruanos y chilenos buscando paz, libertad y la prosperidad que los diablos que gobernaban sus países les arrancaron.
         Los venezolanos éramos alegres, libres y felices pero no lo sabíamos. A veces, la felicidad y la democracia no se valoran porque se dan por sentada. Es como el aire: no se ve pero está allí. Cuando falta, nos sentimos morir y clamamos por él.
        Dios y el diablo siempre están cerca balanceando nuestras almas. Somos los únicos seres que tenemos conciencia para diferenciar el bien del mal. Y en éste infame momento de la historia de Venezuela, los diablos que atormentaron a quienes vinieron en busca de Dios, se han instalado en el Palacio de Miraespinas.
      Mi casi santo amigo José Gregorio Díaz, pana del todopoderoso, me contó que se sentó con él y Dios le dijo: a veces el mal es tan malo que por corto que sea se ve inmenso. Diles a mis hijos que de nuevo tendremos Miraflores y que el mundo entero querrá vivir en Venezuela porque la democracia es como yo: sufrida y crucificada por momentos pero al final, resucita y triunfa.
       La noche es más oscura justo antes del amanece

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