martes, 7 de agosto de 2018

PAEZ O LA SUPERACIÓN DEL LLANERO

Gehard Cartay Ramírez
PÁEZ O LA SUPERACIÓN DEL LLANERO
* Gehard Cartay Ramírez
José Antonio Páez inicia su Autobiografía así: “El 13 de junio de 1790 nací en modesta casita, a orillas del riachuelo Curpa, cerca del pueblo de Acarigua, provincia de Barinas, Venezuela”.
Tal vez por esa razón y por su activa participación en la guerra de independencia en los espacios de la llanura venezolana y su admirable capacidad para superarse a sí mismo durante toda su larga vida, Páez sea, sin duda, el prototipo del llanero venezolano. Y esa es, por otra parte, la visión popular que siempre ha existido sobre el héroe.
Páez, además, se hace llanero en Canaguá de Barinas. Huyendo de un lance personal, el futuro centauro llegará al Hato La Calzada. Allí será peón de llano, hombre de a caballo y lanza, cantador y contrapunteador, ganadero y comerciante. Esa versatilidad y capacidad suya para ser siempre el primero le irá perfilando su liderazgo indiscutido entre los llaneros. Páez les demostrará su valor, inteligencia y coraje para enfrentar cualquier reto, por difícil y complejo que sea. Comenzará aquel intrépido joven por ser el más audaz en las duras faenas del llano. Dominará entonces tareas tan exigentes como enlazar, jinetear, colear, clasificar y herrar las reses, capar los toros, sostener férreamente su caballo de cabestrero, guiar la madrina (1) y hacerse conocedor, como pocos, de los laberínticos caminos del llano y la sabana.
Toda esta experiencia le servirá después para desarrollar sus dotes de guerrero militar. Por eso serán tan suyas algunas estrategias no aprendidas en los manuales de la guerra, ni tampoco empleadas antes. Le vienen por llanero, por perspicaz y por "avispado", condiciones todas del hombre del llano. Ese será el Páez de las grandes hazañas militares en la guerra independentista. El Páez que llegará a desestabilizar a los ejércitos realistas con sus iniciativas impensables, basadas en la sorpresa, el conocimiento del terreno y el valor de sus lanceros, tan llaneros y marrajos como él. Habrá que estudiar algún día, por parte de expertos en el arte militar, lo que significó su formación llanera en la destreza guerrera de Páez, a quien, por otra parte, nunca "se le aguó el guarapo" ni lo paralizó el temor frente al enemigo de batalla. No todos sus implacables críticos actuales, por cierto, pueden decir lo mismo cuando les tocó la hora cero.
La otra consideración importante sobre la llanería de Páez y su influencia en la guerra de la Independencia la constituye la incorporación de los llaneros a la causa patriota. Recuérdese -a este respecto- que hasta la muerte de Boves (1814) la gente de a caballo en las llanuras venezolanas estuvo al lado de los realistas. Fue la entrada de Páez a la guerra, como jefe indiscutible de los llaneros, la que decidirá, al final, la suerte de la Independencia. Y la decidirá a su favor, por cierto. Porque nadie duda hoy día que la iniciativa independentista había sido sostenida hasta entonces por un grupo de mantuanos de la oligarquía caraqueña, liderizados por Bolívar. Pero esa causa no tuvo, hasta entonces, apoyo popular mayoritario, y será Páez quien con su adhesión les dará ese contundente respaldo. Añádase, por si fuera poco, la importancia de los lanceros llaneros en los combates librados en las otras regiones latinoamericanas a donde fueron a combatir por la causa de la libertad. La influencia de Páez en esa gesta continental, a pesar de no haber participado directamente, es de una gran trascendencia, por su ejemplo y por la leyenda que hicieron de él los hombres del llano.
Tan temprano como en 1816 Páez se convierte en el jefe absoluto de las fuerzas llaneras, y será en 1818 cuando se encuentre con el Libertador en el Hato Cañafístola. Allí ambos jefes unen sus fuerzas y producen la derrota militar del general español Morillo. Ese mismo año, Páez es designado gobernador de Barinas y Bolívar le encomienda entonces liberar a San Fernando de Apure, tarea que cumple sin mayores problemas. De allí en adelante las proezas guerreras de Páez serán fundamentales hasta su participación estelar en la batalla de Carabobo, comandando la primera división. Allí, en el propio campo de batalla, Bolívar lo asciende a general en jefe.
Lo demás es historia más o menos conocida. El libertador le entrega el mando de Venezuela en 1821 y en 1830 será elegido primer presidente de la República, tarea colosal pues le tocará organizar el Estado venezolano, terminar de pacificar el país y regularizar las relaciones diplomáticas con el adversario ya derrotado: el imperio español. Sobre estos aspectos hay, desde luego, mucha discusión, pero existe entre los historiadores el criterio generalizado de que los dos gobiernos del caudillo llanero estuvieron entre los mejores del siglo XIX.
Desde luego que entre sus grandes equivocaciones pudiera anotarse, paradójicamente, haberse olvidado de las promesas hechas a sus llaneros en el fragor de la guerra. Porque aquellos eternos convidados de piedra, explotados y marginados durante tantos años, fueron al campo de batalla exigiendo reivindicaciones justas, talen como tierras, igualdad, justicia y libertad. Y tal vez ese sea un gran lunar en la luminosa vida de Páez: haberle fallado a quienes lo hicieron líder y caudillo de la primera hora (2), así como guerrero inigualable.
Hay, además, otro aspecto que debo destacar: la superación personal de Páez. Este es un asunto de mucha importancia a la hora de juzgarlo en su verdadera dimensión histórica. Aquel rudimentario peón de La Calzada alcanzará posteriormente verdaderos estadios de superación en todos los órdenes: jefe militar victorioso y estadista consumado; contrapunteador y virtuoso del violoncello y del piano; cantante llanero y tenor de ópera; compositor de tonadas y coplas y autor de sinfonías de alto vuelo musical. Y es el mismo hombre, el mismo llanero, sólo que en diversas circunstancias y escenarios. Pero siempre la misma vivaz inteligencia, el mismo afán por superarse, la misma chispa y versatilidad, el mismo esfuerzo poliédrico.
Páez era, ciertamente, un hombre de inteligencia excepcional. Porque si bien en su juventud fue peón, la verdad es que desempeñó tal oficio obligado por haber vivido en el centro una situación lamentable, que lo llevó a desterrarse a las sabanas de La Calzada. Sin embargo, su espíritu autodidacta es, desde entonces, realmente admirable.
En su joven madurez, Páez aprenderá hablar y leer en francés. Puede así estudiar en su lengua original a Voltaire y hasta traduce y comenta las Máximas de Napoleón Bonaparte. Aprenderá luego inglés durante su larga estadía en Nueva York, donde, incluso, compondrá numerosas canciones y hasta llegará a escribir sus memorias, algo que ningún otro presidente venezolano ha hecho hasta ahora. Era, pues, un hombre sumamente culto, leído, políglota y con una sensibilidad artística a toda prueba.
De tales condiciones personales y de su fama como guerrero y estadista, dan prueba los numerosos testimonios de reconocimiento que recibió en vida en el exterior, cuando la mezquindad y el odio lo alejaron de la Patria. Fue amigo personal e invitado de Napoléon III de Francia, de Ludovico II de Baviera y del presidente Sarmiento de Argentina y cuando se celebró un grandioso desfile en su honor en Nueva York, fue nada menos que el general Ulises Grant, vencedor de la guerra de secesión americana y posteriormente presidente de Estados Unidos, su edecán en aquella ocasión.
Sin embargo, como todo político que se precie de serlo, la vida de Páez sufrió altibajos considerables. Tuvo sus momentos de gloria merecida, pero también de terribles humillaciones, como su exhibición burlesca en una jaula por las calles de Caracas o su cautiverio en el Castillo de Cumaná “donde bailaba al compás de las coplas mordaces de sus carceleros para evitar tullirse en el reducido espacio de su celda de prisionero” (3), ambas en 1849, todo ello a pesar de que había sido ya dos veces presidente de Venezuela.
En cualquier caso, este es el Páez verdadero, no el que ahora pretenden desvirtuar algunos ignorantes o malintencionados negándole su auténtico sitial histórico y reduciéndolo a la infame condición de traidor a Bolívar o de oligarca conservador. Ambas cosas no las fue, por cierto, pero sus críticos las han convertido en un baldón que, sin embargo, no le han hecho -ni le harán- mella a su figura histórica.
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(1)Adelina Rodríguez Mirabal, Sabana-llano y llaneros, en Páez, la libertad del viento, ARS Publicidad, Caracas, 1990, páginas 79-81.
(2)José León Tapia, Páez Llanero, op. cit. página 77.
(3)Raúl Ramos Calles, Páez al natural, op. cit., página 98.
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - 02 de enero de 2001.

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