miércoles, 30 de noviembre de 2016

VOLVI POR CINCINATO

De ALBERTO PEREZ LARRARTE
Cronista Oficial de la Ciudad de Barinas

“Al pasar por Barinas me entero que mi hermanito Cincinato se encuentra en Torunos, donde mi hermana Belisa, llevando vainas del viejo Camacho.
Me dije lo que soy yo voy a buscarlo. Si creen que porque uno sea huérfano  no tiene representación, están equivocados. No lo pensé y cogí  por el camino polvoriento que me llevaba  donde me había venido por no dejarme someter.
Mi único propósito era buscar a Cincinato y en el fondo desquitarme los vejámenes de ese viejo muérgano, que tanta lavativa le aguantó mi hermana por sumisa y pendeja.
Pasé por Punta Gorda, llegué a Caroní; hasta allí me dio el aventón el carro de bueyes que conducía Vicentón, un buen hombre que solo se le escuchaba una palabra para saludar con afecto.
En Caroní  tuve  que pernoctar bajo una fría noche sin luna; colgué mi hamaca debajo de unos inmensos samanes, para conciliar el sueño en medio de una brisa tuene que cubría la noche silente de la sabana.
Al amanecer partí en una carreta que transportaba unos sacos de café que, según me dijo el conductor, venían de Calderas e iban para Europa, llevados en un barco de vapor que partirá del Puerto antes de caer la tarde.
Como quien quiere y no quiere la cosa, llegué donde mi hermana Belisa. Se sorprendió al verme, era natural ya que no esperaba mi visita; pero enseguida me abrazó con afecto.
Sin esperar pormenores, le pregunté por Cincinato. Sin mirarme me respondió:
- Ese muchacho esta fundamentoso, anda con Antonio arriando unos cochinos.
Hablamos de muchas cosas, de cómo me había ido y que las puertas de su casa estaban abiertas. Cuando llegó Cincinato nos abrazamos, la emoción era tanta que no recuerdo, ese era mi hermanito del alma.
El viejo me saludo con respeto. Recuerdo que me dijo:
- José Hilarión, estas botando la sutera.
Compartimos el almuerzo, todo andaba bien, hasta cuando en la tardecita, que vengo de la costa del río y oigo al viejo gritar unas peroratas en contra de Cincinato y con un fuste en la mano le va a dar en el cuadril y no lo dejé ni mover porque, como una gacela, agarro un máuser  que estaba recostado al fogón de leña y se lo pongo casi a quemarropa, apuntándolo con rabia y mirándole con mis ojos encendidos de ira. Le digo, tajante,  que si llega a tocar a mi hermanito, sería lo último que haría en su perra vida, porque le volaría los sesos. El viejo, al verme resuelto, reculó; en eso aparece mi hermana y trata de apaciguar la cosa. El viejo percibe que las cosas no están a su favor.
Yo reacciono y depongo la actitud y me oriento a pensar que yo había regresado solo a buscar a Cincinato y debía cumplir ese cometido; mi hermanito era apenas un niño de nueve años y yo apenas había alcanzado los catorce.
En la noche le dije en secreto: Cincinato, usted se va mañana antes del amanecer conmigo; pero antes de irnos vamos a agarrar a ese condenado viejo y le vamos a dar una paliza.
Allá en la caballeriza hay un par de rejos mostrencos, tengámoslos preparados, que cuando ese viejo muérgano nos levante para traer el agua del río le damos su escarmiento.
Así lo hicimos. Antes el cantar del gallo llegó el condenado viejo y se sorprendió cuando sintió los primeros fuetazos. Le dimos una pela que lo dejamos quejándose y como éramos buenos nadadores nos les tiramos al río y nos fuimos buscando rumbo por los caminos polvorientos de la sabana. Ya habíamos escuchado que andaban unos hombres reclutando gente para una revolución contra el tirano Juan Vicente Gómez”.
Se quedó pensativo, perdido en la lontananza de los recuerdos, como si hubiera encarnado en el tiempo indetenible. Mucho después me dijo que ese hecho le hizo buscar nuevos caminos que le cambiaron su vida.
Me puse a pensar que tanta historia, tanta memoria viviente deambulaba por esos caminos de los llanos y montañas y que si yo no la recogía u otro la recogía se la llevaría el olvido y se perdería parte de la vida aún no contada por tantos hombres y mujeres sedientos en que alguien les escuchara sus cuentos.
Yo comprendía en mi nostálgica ilusión y fabulación de mis sueños, en la angustia que colmaba mi pensamiento, que estos seres eran los vencidos, quienes no le habían dado la oportunidad de relatar sus cuentos, porque la vorágine de la historia oficial solo había tenido espacio para lo convencional, lo que me animaba más a seguir en mi empecinado y apasionado empeño.
El joven doctor, atrapado en sus emociones, guardaba silencio; solo lubricaba sus ideas que apaciguaban tanta angustia vivida en su viejo hospital y en una ciudad que crecía desordenadamente, pues sus habitantes cambiaban sus costumbres y hasta sus atuendos por modos foráneos que nos invadían todos los días, era como que enfrentáramos una guerra alienante contra nuestro modo de ser y vivir.          
Alberto Pèrez Larrarte
Cronista Oficial de la Ciudad de Barinas
De mi libro: El ùltimo soldado de Maisanta (Inedito)

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