Antonio
Ecarri Bolívar
Vicepresidente de Acción Democrática
Vicepresidente de Acción Democrática
No pecó por
embriaguez de sangre la revolución francesa, sino por haberse embriagado con
palabras sangrientas. Stefan Zweig en su Biografía de José Fouché “El Genio
Tenebroso”.
El viejo y
sabio refranero español nos recuerda que “quien siembra vientos cosecha
tempestades”, lo que se convierte en una verdad irrefutable frente a las
actitudes de los personeros de este régimen, quienes desde que tomaron el poder
hace casi veinte años, se dedicaron a sembrar odios y, en consecuencia, están
recibiendo su cosecha de tempestades, hasta ahora solo verbales, pero
preocupante por el peligro que encierran.
Cuando uno
relee a Zweig o a cualquier otro historiador de la época del terror francés,
durante la revolución que fue un parteaguas de la historia de la humanidad, no
nos queda más remedio que hacer comparaciones con los preparativos que parecen
estar ocurriendo en los extremos radicales de la política venezolana. En
efecto, si uno escucha a los radicales defensores a ultranza del régimen y
también oye a la vocinglería radical de la oposición, siente que los tambores
de la guerra están comenzando a sonar y eso no puede alegrar sino a los
insensatos, a los torpes, a los brutos y a los asesinos. Aunque también se
contenten los ingenuos y mentecatos, aquellos que creen pueden morir los demás,
pero que jamás ni él ni los suyos podrían serán víctimas de esa violencia. Sí,
como si la misma pudiese ser seleccionada y repartida en retazos,
convenientemente, por el tarado que piensa de esa manera.
Ahora, en esa
hipotética confrontación armada, a la que se llama a gritos desde uno y otro
lado, veo una desproporción evidente: los armados son los que están en el
gobierno, pues las armas del radicalismo opositor solo parecen estar en las
manos de unas tropas invasoras que no terminan de aparecer y eso suena,
entonces, como palabrerío inútil e inocuo. Sin embargo, las palabras no dejan
de hacer su efecto nocivo, pues inhiben cobardemente a quienes caen en el
chantaje de las “palabras sangrientas” que acobardan a los moderados, a los racionales
y a quienes creen que la muerte no es la única vía de resolver las
diferencias.
Oigamos lo
que nos dice Zweig, de lo ocurrido en Francia, en la cultísima patria de
Rousseau Montesquieu, Voltaire, Víctor Hugo, Moliere, Balzac y miles de
otros grandes de la refinación y la cultura, durante la sangrienta matanza
irracional de la primera gran revolución de la burguesía contra el absolutismo
monárquico:
“No pecó por embriaguez de sangre la revolución francesa, sino por haberse embriagado con palabras sangrientas. Para entusiasmar al pueblo y para justificar el propio radicalismo, se cometió la torpeza de crear un lenguaje cruento; se dio en la manía de hablar constantemente de traidores y de patíbulos. Y después, cuando el pueblo, embriagado, borracho, poseído de estas palabras brutales y excitantes, pide efectivamente las «medidas enérgicas» anunciadas como necesarias, entonces falta a los caudillos el valor de resistir: tienen que guillotinar para no desmentir sus frases de constante alusión a la guillotina. Los hechos han de seguir fatalmente a las palabras frenéticas. Así se inicia la desenfrenada carrera, en la que nadie se atreve a quedar atrás en la persecución de la aureola popular.
“No pecó por embriaguez de sangre la revolución francesa, sino por haberse embriagado con palabras sangrientas. Para entusiasmar al pueblo y para justificar el propio radicalismo, se cometió la torpeza de crear un lenguaje cruento; se dio en la manía de hablar constantemente de traidores y de patíbulos. Y después, cuando el pueblo, embriagado, borracho, poseído de estas palabras brutales y excitantes, pide efectivamente las «medidas enérgicas» anunciadas como necesarias, entonces falta a los caudillos el valor de resistir: tienen que guillotinar para no desmentir sus frases de constante alusión a la guillotina. Los hechos han de seguir fatalmente a las palabras frenéticas. Así se inicia la desenfrenada carrera, en la que nadie se atreve a quedar atrás en la persecución de la aureola popular.
(…) Por
desgracia, no es siempre la Historia, como nos la cuentan, historia del valor
humano; es también historia de la cobardía humana. Y la política no es, como se
quiere hacer creer a todo trance, guía de la opinión pública, sino inclinación
humillante de los caudillos precisamente ante la instancia que ellos mismos han
creado e influenciado. Así nacen siempre las guerras: de un juego con palabras
peligrosas, de una superexcitación de las pasiones nacionales; y así también
los crímenes políticos; ningún vicio y ninguna brutalidad en la tierra han
vertido tanta sangre como la cobardía humana”.
Este relato,
un tanto largo, es para significar que en cualquier parte del mundo, hasta en
las naciones más cultas de la tierra, se llega a los mismos extremos de sangre
y crueldad, cuando los contendientes comienzan la competencia vocinglera de un
radicalismo extremo, así en su fuero interno solo deseen el poder de manera
pacífica, pero al creer que inhiben al contrario solo logran el propósito
opuesto, es decir, de exacerbar los ánimos hasta hacer imposible los acuerdos y
entendimientos imprescindibles que evitan las matanzas.
No está la
cobardía entre nuestros cromosomas, por eso nos oponemos a la estulticia de
quienes no frenan la confrontación de palabras sangrientas, creyendo que ganan
prosélitos y, en la práctica, lo que les acontece es el descuento acelerado de
sus días de permanencia en la tierra, por calculadores, por temerosos, por
brutos o por todas esas “cualidades” reunidas.
Hay que
denunciar a los cobardes, porque como bien afirma el genio de Zweig: “ningún
vicio y ninguna brutalidad en la tierra han vertido tanta sangre como la
cobardía humana”. ¿Estaremos a tiempo de frenar la frenética vocinglería
sangrienta? Espero que los valientes prevalezcan, para que no triunfe la
cobardía que genera muerte, llanto y arrepentimientos tardíos.
aecarrib@gmail.com
@EcarriB
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Antonio
Ecarri Bolívar
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