Noviembre 2018
Hace un par
de meses, la intervención militar en Venezuela parecía cosa probable. Los
colombianos se encargaban de poner el tema sobre el tapete, con el respaldo
incuestionable de Estados Unidos. La frontera se calentaba con movimientos de
tropas y en los corrillos políticos se defendía la operación. Qué digo se
defendía. Se exigía. Sin embargo, de repente, el tema se desinfló.
No hay apoyo
en la región para una operación militar sobre el régimen de Nicolás Maduro. Eso
lo entendió rápidamente Iván Duque y se lo hizo entender tanto a Uribe como a
Trump. No le echan a piernas a extraer a la narco-dictadura por la posibilidad
de que se presente un escenario anárquico parecido al de Siria o Libia
recientemente. El venezolano ha cambiado en veinte años de castro-chavismo y no
serán precisamente los ancianos milicianos con sobrepreso los que se
enfrentarían a unos marines. De hecho, no habría enfrentamiento alguno, sino
una resistencia de grupos armados a su modus vivendi conquistado gracias al
chavismo.
La gasolina
del desastre
Los sectores
populares venezolanos están controlados por jóvenes que se han dedicado a la
delincuencia como forma de sobrevivir y no conocen vida más allá de eso. Es una
generación perdida. Viven atrapados en guettos llamados “zonas de paz”,
eufemismo del chavismo para entregar a la buena de Dios grandes dominios de la
delincuencia.
En las zonas
de paz la policía tiene prohibido entrar, y los conflictos se resuelven entre
bandas. Si vives en un guetto como este, donde no hay autoridad que imparta
justicia, entonces la única forma de sobrevivir es unirte a una banda y rogar
que ese grupo sea el vencedor. Hablamos de muchachos que no aspiran a llegar a
los treinta años, así que viven intensamente una vida sin normas, leyes ni
contención moral.
El ecosistema
chavista ha propiciado una generación delincuencial que luego no han podido
controlar y, por lo tanto, ha llegado a un acuerdo con ellos de dejarlos hacer
dentro de ciertos límites, pero la manga roja es bastante ancha. Por supuesto,
un gobierno basado en la justicia, como se supone que será el primero del
retorno a la democracia, no puede tolerar esto y tendrá que desmontar
inmediatamente estas bandas. El enfrentamiento será terrible con seres que no
temen a la muerte, pues la vida no les ha dado nada a cambio. Crecieron entre
la muerte, por lo que no le temen.
Algunas de
estas bandas se han convertido en megabandas, un fenómeno casi autóctono de
Venezuela. Son agrupaciones delictivas que operan en varias regiones a la vez,
como por ejemplo “El Picure” o “El Tren de Aragua”.
Luego tenemos
el fenómeno de los colectivos armados, grupos paramilitares que controlan zonas
urbanas a través del cobro de vacunas a todo aquel que hace vida en su
comunidad. Algunos han llegado a emitir hasta su propia moneda, como hicieron
en Catia, una de las barriadas más grandes de Latinoamérica, con “El Panal”. El
poder de estos grupos es nada despreciable. En 2009, el entonces presidente
Hugo Chávez ordenó en televisión detener a Valentín Santana, el jefe de “La
Piedrita”, uno de los colectivos más renombrados. Las autoridades lo
intentaron, pero Santana amenazó con prender Caracas “en candela”. Hasta el sol
de hoy, sigue libre.
Otro caso
sonado fue el de José Odreman, líder del Colectivo 5 de Marzo en octubre del
2014. Miguel Rodríguez Torres, entonces ministro del Interior y Justicia,
ordenó desmontar la sede del grupo en el centro de Caracas en una redada que
terminó con el jefe de los irregulares muerto. Pocas horas antes de morir,
Odreman había exigido al régimen la destitución de Rodríguez Torres, a quien
responsabilizaba de lo que pudiera pasarle. A los pocos días, el ministro fue destituido
y hoy está en la cárcel perseguido por sus propios secuaces.
Aparte de
estas agrupaciones irregulares fomentadas por el propio régimen durante veinte
años, unas ideadas como fuerzas de choque a lo camisas pardas y otras como
mecanismo de contención para no tener que resolver la miseria en las clases más
necesitadas, hay otros grupos armados operando en el territorio venezolano como
algunas escisiones de las FARC, parte del ELN y las mafias del oro en la
frontera con Brasil. Todo esto convierte a Venezuela en un polvorín que frena
cualquier incursión extranjera.
Si a algo le
teme Washington es a la desestabilización, y aunque el régimen de Maduro sea un
paria véase por donde se vea, significa lo conocido. Veinte años después, son
el estatus quo.
La solución
Que el cuadro
anterior no sea desalentador. Sólo explica por qué los servicios de
inteligencia de los grandes poderes occidentales, que tienen información sobre
el terreno que nadie más tiene, consideran que el escenario de una salida
violenta del régimen de Maduro es algo a evitar. Lo menos traumático sería una
salida negociada mediante una transición democrática. Al fin y al cabo, el
problema de Venezuela se está resolviendo en el extranjero, y en el extranjero
se deben a los ciudadanos que pagan impuestos y votan en Washington, Madrid o
Bogotá, no a los venezolanos que quieren retornar a la democracia cuanto antes
y como sea, sin pensar mucho cómo. Al marine que caiga en Venezuela lo llorarán
sus padres en Arkansas.
Venezuela no
es el único problema del mundo, ni el más importante, pero tiene su impacto. Su
posición geográfica la convierte en la principal pista de despegue hacia Europa
y Norteamérica de la droga que se produce en Colombia, sobre todo cuando las
fuerzas armadas supuestas a impedirlo están metidas en el negocio. Además, como
recordó el canciller argentino esta semana, su territorio se ha vuelto un gran
campo de entrenamiento para el terrorismo islámico, nada más y nada menos que
en el suelo que aloja las mayores reservas petroleras del mundo y unas riquezas
naturales espectaculares. Los ingresos de la mafia de Miraflores por la
explotación monetaria de esta gallina de los huevos de oro van a parar en el
sistema financiero occidental en grandes operaciones de lavado de dinero. A
este párrafo súmele los anteriores sobre la delincuencia y entenderá por qué
hay una estampida humana abandonando como sea, a pie si es necesario, este país
contaminado por una escasez atómica de alimentos y medicinas producto de la
hiperinflación.
No es fácil, pero
Estados Unidos y Europa encontraron el punto exacto en el que se le dobla el
brazo a los jerarcas del régimen. Las sanciones directamente a los bolsillos de
los capos golpean dónde más les duele, en el fuero más íntimo representado por
los placeres personales de los cuales gozan ellos y sus familiares. ¿De qué les
sirve haberse robado más de un trillón de dólares en veinte años de saqueo si
no pueden disfrutar del apartamento en la Milla de Oro madrileña o visitar a
Mickey Mouse en Disney? Moscú e Istanbul muy bonitos para visitarlos una vez,
pero para vivir es otra cosa.
Lo que buscan
los Maduro, El Aissami, Rodríguez o La Cava es un acuerdo con Occidente para
conseguir un salvoconducto que les permita vivir un exilio dorado con, al
menos, parte de lo pillado. Aunque, querido lector, esté poniendo mala cara en
este momento, como yo mismo, le recuerdo que las transiciones son así. Ahí
están Chile y España, unas tacitas de plata tras haberse quitado de encima al
pinochetismo y al franquismo gracias al arte de taparse la nariz.
Todo el
oxígeno que Maduro y compañía han encontrado en las pírricas economías de Rusia
y Turquía, que no están ni en el top 10 mundial, es para llegar con aire al
momento del acuerdo. No me salgan con los chinos, que en Venezuela solo
depositan sus yuanes en sus propias inversiones, porque Xi cuida hasta el
extremo el maquillaje democrático y resulta que la Asamblea Nacional venezolana
no aprueba los préstamos al régimen. ¿Ven? Para algo sirvió ganar la Asamblea
en el 2015.
La cosa es
que cualquier acuerdo que se logre en Venezuela debe llevar el sello de
aprobado de Washington, que manda en América, y de Madrid, que en temas de
Iberoamérica lleva la voz cantante en la Unión Europea. La llegada de Pedro
Sánchez en Españ, paradójicamente, puede terminar siendo una solución para la
crisis. Aunque son el Partido Popular y Ciudadanos los que más han ondeado la
bandera de la libertad de Venezuela, y eso hay que agradecérselos eternamente,
lo cierto es que la polarización de factores dentro de ambos partidos hacia
actores políticos en específico hace difícil un acuerdo unitario. Además, y
esto es lo principal, el madurismo se siente más cómodo hablando con Sánchez,
quizás por la cercanía del actual mandatario español con el chavismo español representado
en Podemos.
En cuanto a
Estados Unidos, la relación la ha llevado un personaje singular, estrafalario,
estrambótico pero sumamente astuto y con dotes especiales para el mercadeo
político. Se llama Rafael Lacava, y es el que ha conseguido en el madurismo que
le levanten el teléfono en la Casa Blanca de Trump, un tipo que, por cierto, se
le parece mucho.
El Nuevo País
dio la exclusiva de que Lacava ya le ha transmitido a Washington la propuesta
de Maduro y su combo cercano: elecciones generales. Josep Borrell, el ministro
de Relaciones Exteriores de España, se lo comunicó a Mike Pompeo en la Asamblea
General de la ONU. Por si quedaban dudas, el propio Maduro se lo dijo en
persona en Caracas a Bob Corker, el republicano que preside la Comisión de Relaciones
Exteriores del Congreso estadounidense. El problema es que, mientras Nicolás
hablaba con Bob en Miraflores, en el Sebin de González López, una de las fichas
más cercanas de Diosdado, lanzaban por la ventana a un concejal opositor.
Mensaje a García de parte de los radicales, piensan Lacava y compañía.
Este grupo de
radicales chavistas se niega a una salida electoral, como buenos radicales. En
realidad, se niegan a cualquier salida, porque la DEA ha decidido que no les
perdona estar incursos en narcotráfico y porque los halcones de Washington los
necesitan para su estrategia de criminalización del régimen, por si acaso hay
que terminar actuando a lo Panamá en 1989. El jefe de este grupo fue a tocar la
puerta de la Casa Blanca y le dijeron que el tiempo de Dios había pasado.
El quid de la
cuestión está en cuándo y cómo se harán esas elecciones generales. Acción
Democrática, Un Nuevo Tiempo, La Causa R, Primero Justicia y Voluntad Popular
han coincidido en que no se sentarán en una negociación que acuerde la
transición si no se parte del hecho de que los votos decidirán. Eso sí, votos
garantizados con estándares internacionales, no contados en la intimidad por
Jorge Rodríguez y Tibisay Lucena. Además, esos comicios deben darse en un
período de un año. El régimen a veces responde que dentro de dos años y a veces
que en dos meses, así que el juego está trancado, por los momentos, en detalles
como ese.
Hay dos
grupos que se oponen a contarse, y son los dos extremos, uno representado por
Cabello y el otro por Machado. La jefa de la derecha conservadora, sin embargo,
se ha lanzado en gira nacional, por si acaso la orden imperial es que no habrá
unción sino elección. Otro que ha tomado la seña y no pierde tiempo es Ramos,
que también se ha dado a la tarea de recorrer el país. María Corina tiene la
pegada mediática y Henry el aparato. El resto de los partidos retrasan
cualquier cosa, hasta la transición, por la división interna producto de sus
ansias de ser ellos los presidentes, o más nadie.
Cabello,
mientras tanto, se ha dado a la tarea de dividir a la oposición sembrando
rumores en su programa de televisión semanal acerca de Acción Democrática. La
semana pasada malpuso a los adecos con Vente Venezuela, cometiendo el exabrupto
de culparlos del ataque a María Corina en Upata, y esta semana aseguró que
Ramos Allup le quiere quitar la presidencia de la próxima Asamblea Nacional a
Voluntad Popular, partido al que corresponde ese cargo según el acuerdo
unitario opositor.
Todo indica
que Cabello, jefe del chavismo radical, busca quitarse de en medio a Acción
Democrática para polarizar con la derecha conservadora, que tampoco quiere
votos.
Lo cierto es
que Occidente ha decidido que la transición a la democracia en Venezuela no
será por la vía traumática sino que será negociada, y el éxito de ese camino a
la libertad depende de la unidad de todos para garantizar la gobernabilidad del
caos a enfrentar.
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